#Ve la muerte desde casa

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Ayer murió Pilar, la mamá de Pilar, la prima de mi abuelo Ramón, la tía segunda de mi madre.

La conocimos en Barcelona una única vez, hace tres años, cuando llevé a mi mamá por su aniversario 60 a conocer Europa. 
Estuvimos apenas un par de horas en su casa; no lográbamos ya gran comprensión ni memoria. 

Mujer de edad avanzada, prima mayor de mi abuelo, quizá no se conocieron nunca dada la guerra civil. Sin embargo, por extraños misterios, tenía el número telefónico de mi madre, la Patricia de México y fue así que eventualmente dimos con su hija Pilar o Pilar más bien con nosotros.

Fue así que supimos que del otro lado, sí habían familiares que supieran de nuestra existencia; que anhelaran nuestra compañía o al menos tuvieran consciencia de nuestra historia. 

El nudo no terminó de desenredarse. En teoría tenían las cartas escritas entre nuestroos bisabuelos en alguna caja, misma que nunca encontraron. 
Aún no encuentro la tumba de mi bisabuelo, aún no entendemos a detalle las razones por las que ocultarían al Canosa entre los Suárez. Quizá nunca lo sepamos.

Eran los treinta, la guerra civil hacía reventar bombas cada día. Fue Argelès-Sur-Mer, la playa, el hambre, el miedo.

Hoy son los años veinte. Los veinte nuevamente, pues dicen que hace cien también hubo una pandemia, la gripe española.
La peste, la peste negra, el COVID viene en camino; no me atrevería a decir que silba furioso, parecería más bien un lento estratega planeando el jaque mate. Acrecentando sus tropas en silencio, desde cada respiro del adversario. Tomando todos los micrófonos de los medios de comunicación, los boletines de empresa, las cadenas que las tías mandan por WhatsApp pero permaneciendo inmóvil, silencioso y ausente para aparecer de golpe.
Como en un tsunami, presentar de un momento a otro, una cortina de súbitos cambios. Apenas un aullido de perro que separe el ayer del hoy.

En México llevamos semanas esperando ese tsunami. Las calles se van tornando desiertas, los hospitales se preparan con camas vacías a sabiendas de que llegará el herido. 
No tardará mucho en llegar. Le doy una semana o dos.

El gobierno no se atreve a tocar los tambores de emergencia.
A conseguido a un guapo portavoz que nos insista que esperemos el desastre desde casa.
Sin embargo no se atreve, no han querido, a decretarlo por ley, pidiendo así que el destino se apiade por voluntad propia.

Ayer, mi tía abuela Pilar murió de Coronavirus desde Barcelona. Su hija, trabajadora de hospital, la acompañaba hace apenas unos días, cuidándole en todo lo que era posible. Parecía estable. Decía que era tan fuerte que este bicho no se la llevaría. Ayer murió. Nos enteramos por su nieta.

Justo en estos últimos dos días, reflexionaba yo sobre la muerte. Lo hablé el sábado con mi abuela Elvira y en la siguiente llamada con mi padre; el domingo, apenas ayer, también hablé de esto con mi madre.
Debemos prepararnos para aceptar que gente que hoy nos rodea morirá.
No es nuevo, ya lo sabíamos. Lo hemos escuchado para el cáncer, para los asaltos, para la influenza, para los feminicidios, para los secuestros y para la gente que se cae en la ducha o se atraganta con un bolillo. En cualquier instante podíamos y podemos morir.

Sin embargo esta es una muerte nueva. No sólo porque matará a muchos a lo largo de los días, semanas y meses que vienen, sino porque en su camino no sólo tapará las entradas a los hospitales por meses, sino que ha logrado dejarnos aguardantes y atemorizados, resguardándonos desde casa para contemplar su negro paso.
En su espera, vamos barriendo, desde antes de que llegue, con restaurantes, cafés y bares. Los empleados se  sublevan solicitando muchos ir a sus casas para vivir este espectáculo único desde sus ventanas. Van arrancando en cadena hábitos de consumo que hacen que otros negocios vayamos cerrando. Así como cada dos días se duplican silenciosamente las infecciones de coronavirus, también desde el silencio, se van triplicando los puestos de negocio que permanecerán silenciosos. 

Mi oficina tiene ventanas sobre Álvaro Obregón y la ciudad cada día respira con más calma y espera. Son más de las nueve de la mañana y resaltan los sonidos de los basureros arrastrados desde algún camión, las aves que decidieron despertarse más tarde este lunes y alguno que otro coche o alguna moto que se identifica a cierta distancia con toda nitidez.

Los únicos seis trabajadores que en mi oficina no están trabajando desde casa, llegan. 
Varios no tardarán en tocar la puerta para venir a preguntarme qué haremos, una ya lo hizo y le pedí que regrese en unos minutos.
Yo no sé si quiero seguir ocupándome de entretenerlos ante la pandemia que va sentando a cada cual, con toda prisa, en el asiento de su televisor o escritorio en casa, ante el espectáculo violento que la muerte tiene preparado para todos nosotros. 
Ayer murió mi tía abuela segunda, que a duras penas conocí, pero muy pronto, cada uno desde su propia historia, se preparará para ver morir al abuelo, la tía, el compañero de trabajo, a un par de gobernadores, a alguna ex, al cónyuge, a algún hijo o inclusive a uno mismo.
Esta muerte es nueva porque nos sincroniza para vivir juntos este luto. 
Mientras los políticos, aprovechan cualquier excusa para ser centro de atención, y los empresarios llamamos a todos a regresar a trabajar, deberían hacerse paso los filósofos en los canales de noticia y los notarios deberían estar dando descuentos para escriturar herencias en la radio.


Una respuesta a “#Ve la muerte desde casa

  1. Me dejas sin palabras. Sin duda me quedo con esta frase “ Esta muerte es nueva porque nos sincroniza para vivir juntos este luto. ”. Y es verdad, juntos nos tocará vivir mucho dolor y esto solo pasa cuando hemos tenido inesperados terremotos. Desafortunadamente, este capítulo es cruel porque sabemos que va a venir, y esperamos ansiosos y confundidos por su llegada.
    Te abrazo Rob, y deseo que no pase nada malo a nadie que conozcas.

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